Luisa Castro (Foz, 1966) es poeta y novelista. Muy joven publica su primer libro de poemas, Odisea definitiva, libro póstumo. Le siguieron Los versos del eunuco, premio Hiperión de poesía, Baleas e baleas, o Los hábitos del astillero, que obtuvo el premio Rey Juan Carlos I. Su primera novela, El somier, obtuvo el reconocimiento de la crítica, y quedó finalista del premio Herralde. La fiebre amarilla, El secreto de la lejía, o Viajes con mi padre, son algunas de sus novelas. Licenciada en Lingüística por la Universidad Complutense de Madrid, realizó estudios de cine en Columbia y en New York University. Ha colaborado en prensa como articulista. Después de años regresa a la novela con Sangre de horchata. Actualmente es directora del Instituto Cervantes en Dublín.

En el año 2006 se publicó La segunda mujer, su anterior novela. Han pasado diecisiete años, y ahora publica Sangre de horchata. ¿Qué le impulsó a escribir una nueva novela?

 17 años parecen una eternidad, pero a mí me parece que fue ayer cuando publiqué La segunda mujer en 2006. El tiempo cronológico a veces se suspende en nuestro interior, y el reloj sigue hacia delante sin que nosotros nos movamos. Durante estos años me dediqué a dirigir los Institutos Cervantes de Nápoles, luego de Burdeos y ahora en Dublín, además de mantener una cierta actividad en prensa. Solo en Burdeos recuperé ese tiempo para escribir Sangre de Horchata y creo que en parte se debió a una circunstancia inesperada. Mi padre enfermó y murió en esos meses, y aferrarme a la escritura fue mi manera de salir adelante. La novela no tiene nada que ver con él, pero su humor, su energía estaban detrás empujándome.

La novela está narrada por su joven protagonista, Belén. Ha dejado atrás la adolescencia, pero todavía no está en su madurez. ¿Ha querido escribir una novela de aprendizaje?

 Quería escribir la novela de una joven que vive sola con su padre rodeada de adultos con intereses contrarios a los suyos y alejada de su madre. Los padres no siempre somos capaces de proteger a nuestros hijos por mucho que los amemos. No quería tanto hacer una novela de aprendizaje como plasmar en una ficción ligera algo que para mí era un peso y una angustia terrible, el no poder ayudar a mis hijos en circunstancias complicadas.

Sangre de horchata se desarrolla en una Barcelona un tanto difuminada. ¿Por qué eligió ambientar la novela en esta ciudad?

 Barcelona es la ciudad donde me casé y donde tuve a mis hijos. Y algo tiene que ver la novela con la realidad que viví años después tras una separación conflictiva. Refleja el anquilosamiento de un tipo de sociedad indecentemente patriarcal y con aspiraciones de dominio que he sufrido como madre y como mujer. Aunque desde el primer momento la novela se perfiló como una farsa. Una se da cuenta enseguida que los asuntos más preocupantes, todo lo que tiene que ver con la indefensión, solo a través del humor puedes abordarlo. Dicho esto, lo que sucede en una novela como en la vida siempre es algo misterioso. Y los temores que una madre pueda tener no tienen por qué corresponderse con la vivencia de los hijos. Dicho esto, yo amo Barcelona y mi vida allí. Una solo puede escribir de lo que conoce y ama.

De El somier -finalista del Premio Herralde de Novela-, se dijo que era una novela “rebosante de fascinación y ternura, de candor y misterio, escrita en una prosa de extrema sencillez cargada de eficacia estética”. ¿Mantiene Sangre de horchata algo de esa candidez y ternura de su primera novela?

 No son novelas tan antitéticas, en el fondo. Ambas desembocan en un punto salvaje hacia el final. El Somier de un modo muy elíptico se cierra con el abuso a una niña que sucede en una caseta de la playa. Y toda la ternura que la niña y la novela despliegan es el envoltorio que lo oculta. En Sangre de Horchata ese abuso es patente, se manifiesta desde el principio, pero la voz de la joven que lo narra es más bien cómica, y se recrea en ello. Candidez y ternura son adjetivos con los que no me identifiqué en su día y ahora tampoco. Pero la inocencia sí es un motor y también una máscara necesaria. En Sangre de Horchata Belén es consciente desde el principio de una visión del mundo intervenida, y juega con ello.

Al margen de su labor como escritora, es directora del Instituto Cervantes en la sede de Dublín. Antes lo había sido en Nápoles y Burdeos. ¿Qué nos puede contar sobre su experiencia en esta institución?

 Para mí Nápoles fue un baño de realidad. Aprendí mucho en esa ciudad y en el Instituto. La ciudad, dulce y amarga, se convirtió en una gran metáfora de la vida. Burdeos a nivel personal fue un bálsamo, y a nivel profesional en los institutos de Nápoles, Burdeos y Dublín me encontré con los mejores equipos humanos. Trabajar en el exterior por la cultura hecha en España e Hispanoamérica, tanto en español y como en las lenguas cooficiales de nuestro país ha sido un privilegio absoluto. Aunque hacer este trabajo compatible con la escritura es siempre es una tensión difícil.

¿Qué diferencias ha encontrado, a la hora de realizar su trabajo, en las distintas sedes? ¿Ha notado un creciente interés por la lengua española?

 El español es una lengua muy demandada en los tres países. Mi trabajo fundamentalmente consiste en entender los equipos de cada ciudad y desplegar estrategias de intercambio con la cultura local. Las tres son ciudades faro de tradición cultural y con una historia muy importante. Pero sus diferencias exceden con mucho una respuesta breve. Yo creo que son tres ciudades tan distintas entre sí que reflejan de forma inmejorable la diversidad y la riqueza cultural de Europa.

Es usted una escritora en dos lenguas, gallego y castellano. A pesar de ser el gallego su lengua materna, la mayor parte de su obra literaria está escrita en castellano. ¿Qué la impulsa, como escritora, a elegir una u otra lengua?

 Empecé a escribir y a leer literatura en gallego y a los dieciocho años publiqué mi primer libro de poesía en castellano francamente por una circunstancia fortuita. De estudiante en Santiago envié una vez unos poemas en gallego a una revista feminista que se llamaba Festa da palabra silenciada.  ¡Y tan silenciada! No me contestaron, jaja. En cambio, mi primer libro de poemas en castellano fue inmediatamente publicado por una pequeñísima editorial en Madrid y ahí empezó todo. Creo que mi prosa en español se beneficia de mi condición bilingüe y lo mismo puedo decir de mi obra poética en gallego. Participar de ambos sistemas lingüísticos y literarios solo me ha enriquecido.

Su último libro de poemas, Un amor antigo (Galaxia, 2022), está escrito en gallego, ¿es la poesía donde se siente más a gusto para escribir en su lengua materna?

 Me chirría siempre esa idea de que solo a través de la lengua materna se puede acceder a la poesía verdadera. No lo creo cierto. “Un amor antigo” fue escribiéndose en gallego al tiempo que escribía “Sangre de horchata”. Eran poemas que yo iba escribiendo por pura necesidad, que salía así, en mi lengua materna, no sé si son mejores o peores. La poesía es algo irracional y formal al mismo tiempo. En estos últimos diez años, había ido acumulando poemas en gallego sin la menor intención de publicarlos. Me animé a publicarlos porque sentía que algunos de ellos merecían la pena, sobre todo los que se relacionan con la muerte de mi padre.

La portada del libro reproduce una fotografía de sus padres. ¿Ha querido rendirles un homenaje?

 No es tanto un homenaje sino una inspiración, que vuelve como un ritornello. Son esos padres nacidos al final de la guerra civil que no tuvieron grandes oportunidades pero que son transmisores de una enorme vitalidad y energía. Fueron los niños sobrevivientes de un país arruinado que se hicieron padres en los años sesenta y que levantaron a sus hijos a fuerza de trabajo y sacrificio. Si tuviera que hacer alguna comparación diría que ese germen de optimismo y salud que estaba en ellos está ahora en los inmigrantes que tienen que abrirse camino en sociedades con frecuencia agotadas.

Obras como Los versos del eunuco –Premio Hiperión de Poesía, Los hábitos del artillero, o Baleas e Baleas, ¿qué tienen en común con Un amor antigo? ¿Y qué las diferencia?

 Mis últimos libros de poemas, Un amor antigo y Actores vestidos de calle poco tienen que ver con todo lo anterior. Es una poesía más desnuda y decantada. Mis libros anteriores yo diría que son más literarios y de aprendizaje. La poesía que me interesa es la que desaprende. Cuando eres joven crees que sabes cosas y lo aplicas. Con la experiencia descubres que verdaderamente hay muy poco que aprender, y ese poco es lo que importa.

La editorial La uña rota ha publicado la versión en castellano de Un amor antigo. ¿Pensó en publicar el libro en una edición bilingüe, como hiciera con Baleas e Baleas?

 Me encantaría poder hacer una edición bilingüe, sí. No se hizo porque desde el principio nos propusimos hacer la edición en castellano ya que acababa de salir en gallego. Me gusta mucho esa edición de La uña Rota tan sencilla y casi manufacturada, me recuerda a mi primer libro. Sintoniza con la modestia de los poemas.

Odisea definitiva, libro póstumo fue su primer libro publicado. ¿Qué recuerda de aquella época en la que se iniciaba como poeta?

 Gracias a ese libro conocí a mis primeros cómplices en la carrera literaria. En Santiago tenía relación con escritores como Miguel Murado, y luego en Madrid entrar en contacto con Marcos Giralt, Eloy Tizón, Maite de Paz, Ramón Buenaventura, Jesús Munárriz, toda la cuadra de Hiperión, y enseguida de Anagrama, me hizo ampliar mucho el foco. Empecé a realizar mis primeros trabajos en prensa. Fue una época increíblemente rica, de muchas ilusiones, de mucha soledad también y de mucho trabajo. Tenía 18 años y descubrir Madrid ya fue un no retorno. Recuerdo la primera vez que llegué a la librería Hiperión. El timbre era un pequeñísimo botón que estaba muy arriba situado en el marco. Me quedé delante de aquella puerta una media hora plantada buscando el timbre hasta que alguien la abrió.

¿Tiene pensado volver a reflejar en su obra narrativa a Foz, el pueblo pesquero de su infancia, como elemento narrativo, como hiciera en El somier?

 Volví a hacerlo en mi libro de cuentos Podría hacerte daño. Foz y su mar está en todo lo que escribo, aunque no hable de Foz. Todo lo que hago de alguna manera tiene que con ese pueblo y con su luz. Aunque diluvie, aunque vuelen farolas y tejados, yo solo recuerdo la luz. He escrito tanto de todo eso y sin embargo se me hace inagotable, inabordable. Lo pequeño es inmenso, y a la inmensidad es difícil meterle el diente, hay que tener mucha hambre y ser muy pequeño. Pero lo que vamos a escribir en el futuro es un completo enigma. Si no fuera así no tendría interés la escritura.

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