En la periferia de la periferia, hace cincuenta años se reunían los habitantes de la parroquia en un lugar unidos por algo más que un gremio. Ya no eran solo labregos que se organizaban, eran vecinos y vecinas que se juntaban en un local para ver la televisión. Los teleclubes se crearon como un espacio de comunión diseñado para el placer y el ocio. Ahora, en ese mismo extrarradio, la parroquia sigue reuniéndose en un refugio que conocemos como centros culturales.
Una sola línea de autobús suele conectar la urbe con estos espacios comunitarios, pero eso no impide que siempre haya vida en ellos. Laten en el rural de Vigo, y en muchos barrios más céntricos pero sin la misma atención que su núcleo. Su día a día son actividades deportivas, talleres infantiles y espacios de música, teatro, pintura. Su labor, dinamizar la comunidad. Son el corazón de lugares como Valladares o Beade.
En este último ha estado participando Fabi Bastos desde los cuatro años, cuando sus padres se decidieron a echar una mano. “Quien piense que en Vigo no hay cultura es porque no escucha la voz de las parroquias”. Él lo sabe muy bien, además de estar involucrado en varios centros, sigue de cerca toda su actividad en el podcast Lapis e papel. Fabi no es un caso único.
El trabajo que llevan a cabo estos centros culturales marca la vida en sus parroquias. Desarrollan toda una cultura de base, que es la base de la cultura. Muchos de los artistas más conocidos se iniciaron en los locales comunitarios de sus barrios. Es, por tanto, una cultura generadora, fertilizante.
“O que me leva a facer este traballo é que quero a miña parroquia”
Centro-extrarradio.
Y es que esta es la verdadera revolución. Una acción que parte de la comunidad para dar respuesta a sus propias necesidades. Nada más actual y, a la vez, enraizado en su tradición. En medio de la tensión centro-extrarradio de las ciudades actuales, la veciñanza pone su tiempo y esfuerzo en cuidarse, darse valor y colaborar. Ana Pérez es una de esas vecinas anónimas que se han puesto altruistamente al servicio de Valladares: “O que me leva a facer este traballo é que quero a miña parroquia”.
Su voz calmada contrasta con todo lo que hace y reivindica. En un angosto despacho explica que el espacio se les hace pequeño para los más de 1600 socios que tienen. Valladares cuenta, incluso, con una radio propia: “Como non hai outra maneira de fomentar a nosa realidade, partiu de nós. Dinamiza a parroquia, marca a nosa historia e axuda a comunicar as nosas inquedanzas”.
Los centros culturales son la voz de las parroquias, en este caso literalmente. “Cando se fala de Vigo, déixannos nun recuncho moi pequeno. Se nós non fixésemos este traballo, non existiría a parroquia como tal. Non se fai fincapé no que nós somos, o que facemos”, sentencia la directora del centro de Valladares. La reunión de los vecinos y vecinas en un mismo centro contribuye a la acción. Es un canalizador comunitario. Y eso incluye a su propio entorno. Con la pandemia, Vigo descubrió las zonas rurales para alejarse de las concentraciones de personas y acercarse a la naturaleza. Y nos dimos cuenta de que estas zonas, a pesar de estar recientemente humanizadas, no contaban ni siquiera con aceras hábiles, y esto condiciona completamente la forma en la que se vive allí.
«A xente non pode saír da súa casa para ir ao seu posto de traballo, o que ten que pasar cando saian da súa casa é que teñan algo de lecer»
Para saberlo, era necesario prestarles atención. Y se habría oído al centro cultural de Valladares diciendo: “Non hai que meter na nosa contorna natural empresas, non todo ten que ser un parque empresarial. A xente non pode saír da súa casa para ir ao seu posto de traballo, porque non ten por que. O que ten que pasar cando saian da súa casa é que teñan un campo de fútbol, un auditorio, algo de lecer. Porque iso é o que nos fai funcionar ás persoas”.
Tejido colaborativo.
Es necesario dejar claro que no se trata de una misión pedagógica, no es un acercamiento de la cultura desde el centro hasta las pedanías. Este es un sentimiento que parte de las propias parroquias y crece mediante un tejido colaborativo. Como Fabi presenta en las ondas, se trata de un intercambio cultural que retroalimenta a las propias comunidades. Fruto de esta apuesta existe la Agrupación de Centros Deportivos y Culturales de Vigo, una federación de más de 30 entidades. Es el motor que mueve toda esa cultura que no suele estar bajo los focos -mediáticos, al menos-.
Esta agrupación es la que nutre de actividades la agenda de la mayoría de centros culturales, la que coordina a los distintos artistas, la que, como dice su presidenta Concepción Álvarez, “desarrolla lo que el Concello impulsa”. Concepción, en realidad es Conchi, o así es como se suele presentar de cerca. Y hace un trabajo, literalmente, impagable, porque ella tampoco cobra por nada de lo que hace.
“La cultura es bienestar”
“Nuestro deber es tratar de coordinar y fomentar el mayor número de actividades que se puedan desarrollar. Todo para que se pueda mantener la cultura. No cabe duda de que cada uno de los centros tiene que pagar un personal, un mantenimiento, y si no se genera ese movimiento cultural no hay manera de hacerlo”. Lejos de la visión mercantilista del ocio y la cultura, todas estas personas comparten un sentimiento de beneficio público. Lo entienden como un bien de primera necesidad, como una vía de empleo para sus vecinos y vecinas, y como una forma de preservar su estilo de vida. “La cultura es bienestar”, sintetiza Conchi.
Una cultura menor.
Desde el urbanismo más moderno se imagina la cultura en estos lugares como una mezcla de folklore y falta de recursos económicos. Y en muchas ocasiones es así. La mayoría de entidades y centros se sostienen gracias a subvenciones, la contribución de sus socios y los beneficios de algunas producciones. “Nuestro presupuesto muchas veces es lo que sobra”, que dice la presidenta de ACDC. Pero eso no empobrece la calidad artística de las parroquias. “Existe un prejuicio a esta cultura de base, como si fuera una cultura menor. Y cualquiera que preste atención se dará cuenta de las bandas tan extraordinarias que tenemos, por ejemplo”, añade.
Aunque Vigo se encuentra en una pendiente física -por su situación geográfica- y atencional -por la forma en la que se piensa-, la periferia vive un sentimiento de cultura único. Desde hace años, para el extrarradio es un derecho irrenunciable, porque ni la falta de recursos debilita su desarrollo. Es compartido, porque conecta a la parroquia entre sí y con el resto. Es de raíz, porque reivindica sus orígenes sin vergüenza ni prejuicios.