A la anterior Ministra de Trabajo le colaron un gol por la escuadra. Ahora el Supremo se sale por la tangente y legaliza la creación de un sindicato de trabajadoras sexuales autónomas. Se centra en la regulación sindical y esquiva la bala de la prostitución.
No sé si es necesario o no legalizar la prostitución y cuales serán sus consecuencias. Lo que sí sé es que es necesario diferenciar, de verdad, la prostitución, libremente ejercida, de la trata de mujeres, que, obviamente debe ser abolida.
El liberalismo es el emblema de nuestra época. Sin embargo, en la sexualidad todavía impera el dogmatismo del romanticismo. El sexo solo es fruto del amor romántico.
Cuesta aceptar que, con las condiciones laborales actuales, alguien prefiera ganarse la vida haciendo trabajos sexuales, siempre que sean libremente escogidos, en lugar de trabajar diez horas diarias en una cadena de producción, cobrando solo ocho y cotizando por cuatro. Las vacaciones este año no las disfrutas porque hay que apretarse el cinturón, que el patrón quiere llevar a su familia a Marina D´or.
La dificultad está en detectar cuando alguien decide libremente ejercer la prostitución. Las plataformas abolicionistas niegan que la decisión de ejercer la prostitución sea libre. Es la consecuencia inherente a la pobreza de las mujeres.
Abandonar tu país de nacimiento, dejando atrás a tus familiares para recoger fresas en invernaderos de plástico, en jornadas interminables, teniendo que dormir en asentamientos chabolistas ilegales, también es consecuencia de la pobreza. Verse obligada a limpiar escaleras de comunidad por menos de cinco euros la hora, o cuidar a los abuelos e hijos de otras familias, abandonando a los propios, sin estar dada de alta en la Seguridad Social, es consecuencia de la pobreza. Ergo, ninguna de esas decisiones ha sido tomada libremente.
Es cierto que ninguna niña sueña con ser puta cuando sea mayor. Tampoco esclava de un terrateniente agrícola, ni con limpiar váteres de oficinas. Tampoco sueña con tendinitis y artrosis después de años apretando el mismo tornillo en una cadena de producción.
Pero llega un momento en que es necesario ejercer un oficio para ganarse el pan nuestro de cada día. Toca escoger entre regalar tu fuerza de trabajo por un sueldo pírrico, maridado con abusos empresariales que no respeta horarios ni descansos, impide la conciliación familiar, e impone la pleitesía al patrón como la única forma de conservar el puesto, o vender tu sexualidad, siempre que sea en las condiciones que libremente se escojan y con los clientes que libremente se escojan. Cualquier otra cosa es trata de mujeres y no prostitución.
Ser puta ni es fácil, ni idílico, pero habrá una minoría que sea capaz de aceptar y gestionar las consecuencias del oficio. Esa minoría necesita una regulación. Negarles la oportunidad supone imponer una única concepción de la sexualidad.
La legalización de la prostitución no puede serlo desde un plano formal que permite convertir a proxenetas criminales en empresarios criminales. Antes de dar el paso habrá que abolir la trata de mujeres.
Si el problema de la prostitución es la pobreza, entonces habrá que abolir la pobreza femenina. Pero no saldrás de la pobreza recogiendo fresas de Huelva, sin contrato, y expuesta a los abusos del patrón, laborales y, desgraciadamente, sexuales.
Puede que limitar la concepción de la sexualidad solo deje abierto el camino a la precariedad laboral, que, en definitiva, es otro tipo de esclavitud (legalizada).