Cualquier habitante de la península lo sabe: Galicia es la tierra de la lluvia, de las mil y una playas, de la indecisión, del lacón con grelos y del pulpo á feira. Pero, sobre todo, Galicia es tierra de fiestas. Desde que comienza el año, todo gallego de pro sabe que puede recorrer las cuatro provincias de sarao en sarao sin permitirse un fin de semana de asueto. Gastronómicas, históricas, culturales, tradicionales, religiosas… Cuando se trata de comer, beber y bailar, al gallego no le gana nadie.
¿Que hay que cortarles las crines a los caballos salvajes? Pues se monta una fiesta de cuatro días y punto. ¿Que durante la Edad Media a los vikingos les daba por invadirnos? Pues se hace una romería con representación incluida, aunque ello implique echarte las pieles encima en pleno mes de agosto. ¿Que tenemos unos ataúdes a los que no les estamos dando uso? Pues nos metemos los vivos dentro y salimos en procesión. Por motivos para organizar una festa rachada que no sea.
Galicia es, además, hogar de foliadas, gaiteiradas, romerías, muiñeiras y, por qué no, de una dicotomía que en nada deja a la de las dos Españas: la eterna rivalidad entre la orquesta Panorama y la París de Noia, nuestro Madrid-Barça particular.
Con todo, si hablamos de música, es posible que en el noroeste hayamos tenido, históricamente, una piedrecita en el zapato: ya sea porque estamos algo a desmano; porque ninguna de nuestras ciudades supera el medio millón de habitantes; o porque a veces, solo a veces, en el resto de España no nos hacen mucho caso, Galicia no suele ser lugar de parada de grandes giras musicales. Esto, por supuesto, con honrosas excepciones: cómo olvidar aquel 29 de julio de 1990 en que Madonna y Prince actuaron en las ciudades de Vigo y A Coruña, respectivamente.
Otro carro al que los gallegos tal vez hayamos tardado en subirnos es el de los festivales. Mientras que el resto de españoles acampaba en el FIB, bailaba música electrónica en el Sónar o conocía la principal producción nacional en el Sonorama, en Galicia nos contentábamos con ver gratis a Bustamante, bolsa de pipas en mano, en el auditorio de Castrelos.
No obstante, hay que decir que cuando los gallegos hacemos algo, lo hacemos como Dios manda. Desde hace unos años, en Galicia parece haber nacido un interés creciente no solo por acoger festivales de toda índole, sino también por que estos tengan algo diferente, ya sea el cartel, la oferta gastronómica o el emplazamiento.
Así que prepárense, porque, como dice aquella manida frase, summer is coming. En definitiva: disfruten de los festivales, disfruten del verano y, sobre todo, disfruten de Galicia.