Se avecina tormenta. De esas que obligan a un cambio de rumbo para buscar refugio en el puerto más cercano.

Non levas paraguas, vai chover. Una sentencia que siempre ha dejado perplejos a los visitantes de las costas gallegas que la escuchaban bajo un sol primaveral, pero que a media tarde tenían que refugiarse del repentino aguacero bajo los soportales de la Plaza la Constitución. Esos que ya desde antaño servían para proteger al comercio de productos frescos y artesanales de esa misma lluvia.

El único big data que los marineros jubilados necesitaban para predecir la entrada de borrascas era el de su propia experiencia después de años sufriendo el clima local. Un clima propio que, al igual que el resto de nuestro entorno, da forma a nuestra idiosincrasia particular.

Esa misma que adelantó a nuestras abuelas en la lucha contra el plástico de un solo uso, convirtiendo las bolsas de asas de los comercios en improvisados chubasqueros.

Pero todo eso queda lejos. Nuestra identidad corre el riesgo de perderse. No tanto porque ya no nos den bolsas de plástico después de comprar el pan o la verdura fresca, sino porque ya no vamos a comprar el pan o la verdura fresca a nuestros barrios.

El capitalismo consumista domina nuestro tiempo. La producción en cadena permite abaratar costes, produciendo miles y miles de productos idénticos que se venden en sucursales de las multinacionales a un precio de ganga pero a un alto coste para el medioambiente y a base de precariedad laboral. La negrura del viernes todavía baja más los precios en una ofensiva directa contra la tienda de tu vecino que se ve obligado a cerrar porque vender a aquellos precios hace que pierda dinero solo por subir la verja.

Sin embargo, cuando, casi por casualidad, encontramos esa pequeña tienda que vende aquello que nos hace diferentes, particulares, se nos ilumina la sonrisa. Cuanto nos gusta presumir delante de nuestros colegas de fuera llevándolos  a comer en un local que cocina con productos de cercanía. Consumir en estos locales de forma esporádica, o sólo cuando tenemos visitas, es permitir que el imperio de las grandes firmas gane la batalla, haciendo desaparecer para siempre las identidades locales.

Las grandes firmas han convertido nuestras calles en una extensión de las cadenas de producción, llenándolas de individuos completamente idénticos. Ya no se presume por tener aquello que nos hace únicos si no por comprar lo mismo que el resto pero más barato.

Estamos a las puertas de la época más consumista del año. Los magos de oriente encontraron  a J.C. siguiendo una luminosa estrella fugaz para darle sus regalos. Nuestra ciudad se ha convertido en una versión moderna y si sigues los millones de luces leds, su estela fugaz te marcará el camino hacia el regazo de las multinacionales.

Recupera tu esencia, tu identidad propia. Acércate de nuevo al barrio y compra en la tienda de tu vecino, ese que igual que tú, con su esfuerzo diario crea comunidad. Ese que al tener su domicilio social aquí, en casa, no puede valerse de entramados financiero. Ese que financia, también igual que tú, la sanidad y la educación pública con sus impuestos, sin necesidad de oportunistas donaciones.

Refúgiate de la tormenta en un puerto conocido, un puerto seguro. Refúgiate de la tormenta en tu barrio.

Óscar Gutiérrez Costas

Óscar Gutiérrez Costas

Nacido en la costa y atrapado por el mar. El salitre de Vigo ha marcado su visión del mundo. Solo lee entre líneas y piensa y repiensa los asuntos en sus visitas al Pizza Club. Nunca rechaza un duelo dialéctico, siempre que sea en buena compañía

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