Verano. Ni una sola nube en el cielo. Una masa azul infinita que sostiene una bola incandescente de bordes desdibujados. El Sol. Golpea con tanta fuerza este verano que, tras sufrirlo unos pocos minutos sobre la piel y ver que la cola no avanza, el desánimo deja paso a la irritación. Caminar por la arena ha dejado de ser agradable.
La cola se agita nerviosa. Pierde su forma y muta a cuello de botella en donde todos empujan para intentar hacer valer su preferencia frente al otro.
Los cuerpos están tan cerca unos de los otros que pensar en distancia interpersonal de seguridad resulta ridículo. El espacio vital ha desaparecido. El aire también parece desaparecer por momentos. En realidad lo que falta es el aliento.
Entre un amasijo de brazos y cabezas crees ver como las puertas comienzan a cerrarse. Entonces el corazón se para un par de segundos ante la idea de no conseguir un hueco libre.
El aeropuerto de Kabul se ha convertido en un mal chiringuito en el que pasar las vacaciones de verano.
Veinte años atrás Occidente se golpeaba orgulloso el pecho, autoproclamándose paladín de la democracia. Ya entonces sus informes internos pronosticaron que no ganarían esa guerra. Tampoco consiguieron consolidar la democracia en un país en el que el fundamentalismo religioso se esconde en las montañas del analfabetismo. El fundamentalismo no se combate en las montañas, se derrota en las escuelas.
Lo más parecido a una victoria de Occidente fueron veinte años de Estado fallido, en los que las inversiones para implantar un sistema judicial se perdieron en cuentas opacas de bancos dubaitíes. Veinte años de corrupción e inestabilidad alimentada por dinero occidental son suficientes para que la desesperación de las aldeas afganas deje paso al miedo y acabe abrazando la fe al Profeta. Hoy esa fe alcanza las ciudades.
Los barbudos ofrecen algo parecido a una estabilidad que Occidente no consiguió tras veinte años de guerra. Veinte años de guerra es mucha guerra como para esperar que algo crezca allí.
Cansado de gastar su dinero, Occidente escapa de su fracaso responsabilizando a los afganos de no querer luchar su propia guerra. Estados Unidos retira las tropas mientras Europa ya cierra acuerdos con los Estados fronterizos preeuropeos para que contengan los flujos de aquellos que huyen del terror.
Con Lampedusa ya aprendimos la lección.
Con suerte, saldrán algunos colaboradores afganos más antes de que cierre el chiringuito del aeropuerto de Kabul. Al resto, juguetes rotos de Occidente, las normas de Derecho Internacional les niegan el salvoconducto oficial para entrar en nuestros Estados, porque nunca tuvieron residencia allí. Que en Occidente si existe un Estado de Derecho. Chico, que le vamos a hacer.
Hay que ser muy ruin para no querer recoger aquello que ensucias cuando el picnic acaba.