Verano. Un cóctel de calor, endorfinas, tiempo libre y ganas de divertirse que se consume cada año. Concienzudamente consumimos nuestras vacaciones en satisfacer todos nuestros hobbies.
Muchos habrán invertido ese tiempo estival consumiendo series de televisión o novelas. Desde hace un tiempo uno de los géneros más consumidos es el de los biopics.
Pablo Escobar, Sito Miñanco o Laureano Oubiña han resucitado 30 años después de su caída como reinas del Pop. Cuentan con series y novelas sobre sus vidas, y como toda estrella, con un abundante merchandising sobre sus personas, ya sean tazas para el café o camisetas. Hasta los periódicos nacionales han publicado este verano artículos sobre su evolución desde la operación nécora, con el atractivo título ¿Qué fue de ellos?, como si de los actores de Grease se tratase.
Todo este merchan es consumido por los ciudadanos. Y otra cosa que llevan 30 años consumiendo los ciudadanos es el producto con el que comerciaban estas reinonas, la cocaína. Y ello pese a la prohibición de su venta, la criminalización de su fabricación y a la guerra contra las drogas que los Estados llevan perdiendo esos mismos 30 años.
Si queridos lectores, Sito Miñanco y su cuadrilla fueron tratados como ejemplares empresarios cuando hace 30 años se paseaban ostentosos por las Rías Baixas para ser admirados hoy como estrellas del pop, pese a llevar más de media vida encerrados en una prisión y haber alcanzado su éxito gracias a la venta de un producto prohibido.
Entonces, ¿Por qué tanta admiración? Porque dan al pueblo lo que el pueblo quiere.
Las reinas del narcopop abastecen una demanda de mercado, y del mismo modo que los consumidores de Apple admiran la figura -ya se real o mito-, de su proveedor, los consumidores de cocaína tienen sus propios ídolos, porque las pulsiones del ser humano son siempre las mismas con independencia del estímulo que la origine.
Los ciudadanos quieren drogarse. Y sobre todo en verano que para eso tienen tiempo libre. Si los gobernantes hubiesen leído a Orwell o a Husley habrían aprendido esto hace tiempo y nos hubiesen ahorrado años de políticas erradas en la lucha contra las drogas, miles de dólares en armamento y cientos de muertos por heridas de bala.
El primer mundo consume porque quiere consumir. Los 80´s han quedado atrás, y el consumidor, ya sea esporádico, habitual o adicto, conoce los efectos y las consecuencias, y continúa demandado el producto. La ignorancia ya no es refugio de nada, y solo podemos concluir que el pueblo consume cocaína de manera consciente y voluntaria. No son los productores los que crean la demanda, sino la demanda la que atrae a los productores.
Pero, en el sueño de una noche de verano el consumidor no quiere ver el otro lado del espejo del mercado de la droga. La violencia en los lugares de producción.
Después de 30 años luchando contra los productores, invirtiendo miles de dólares en armamento y equipos de asalto, solo se ha conseguido que los países de producción estén gobernados por los cárteles violentos, que estos sean cada vez más multimillonarios y que el primer mundo siga consumiendo un producto cada vez más barato y de mejor calidad.
Curiosamente continuamos negándonos a reconocer que el pueblo quiere consumir, insistiendo en la persecución a los productores y distribuidores. Si el primer mundo consume voluntariamente, hasta el punto de idolatrar a los históricos capos con series sobre sus vidas, quizás haya llegado el momento de cambiar el enfoque de la lucha contra el consumo de drogas.
Este artículo no es una apología de las drogas y/o sus productores, sino una apología de la realidad, el pueblo quiere drogarse. Hasta que esto no sea aceptado no seremos capaces de diseñar acertadas políticas contra el consumo de drogas. La persecución y la criminalización del producto y sus distribuidores solo ha servido para aumentar su consumo, las muertes violentas y nuevos ídolos para el primer mundo.
Estoy convencido de que se producen muchas más muertes al año por las balas disparadas durante la fabricación, distribución y venta de cocaína que por su consumo.
Nos guste o no, la realidad siempre sale a flote, y en este asunto nadie puede negar que el consumo de cocaína hoy se encuentra casi normalizado y aceptado durante las noches de los fines de semana. Muy pocos se escandalizan ante su presencia, y sin embargo seguimos criminalizando a sus productores, consintiendo las muertes en los países de origen, la extorsión y la corrupción en los países de consumo, y la hipocresía en todos los lados.
Porque por muy criminalizada que este la droga, hoy igual que entonces, ningún restaurante, hotel o concesionario se negará a vender sus productos o servicios a un ostentoso cliente aunque tenga la sospecha de que estos se pagarán con dinero de la cocaína.