Hace unas semanas tomando una cerveza con Álex, hablábamos de su nueva película. Por fin, empezaba la producción de El tiempo del fuego. En pocos días, viajaría a Centroamérica, aunque su cabeza ya estaba allí. El proyecto, que ya conocía de cerca, se aproxima a la realidad de tres caminos marcados por el dolor en la dramática historia de Centroamérica. En palabras de Cancelo, «¿cómo narrar la barbarie?». Con la actual crisis sanitaria, y el cierre de fronteras, Álex y su productor, otro buen amigo, se quedan atrapados en Guatemala. Hace unos días, recibí esta crónica de su experiencia.

J. Blanco

1 de marzo

El avión despega de Madrid. Volamos en turista en Aeroméxico. Aprovecho para trabajar. Iniciamos la preproduccion de una película en varios días y aún tengo muchos interrogantes que resolver sobre la trama y los personajes, sobre la metodología de trabajo y la fotografía. Se apagan las luces sobre el Atlántico. Viajar en avión durante horas me despierta tantos recuerdos de una vida pasada.

3 de marzo

CDMX fascina, te abre los ojos sin más. Un viaje esperado por tantos años. México es culturalmente desarmante, la fuerza de ese extraño sincretismo atrapa. Caminas manzanas de talleres mecánicos, saboreas el amargor de los tubos de escape. Tratas de poner nombre a lo que ves pero estás sobrepasado. Debes admitirlo, no lo entiendes, es demasiado pronto.

5 de marzo

Empezamos a rodar. Nos dejamos llevar por la noche de la ciudad, su ritmo, el sonido sincopado del tráfico. CDMX hipnotiza, vive en cada esquina. Comenzamos a levantar las piezas que crean El tiempo del fuego; contradicción, trauma, viaje, búsqueda, dolor. Los nombres; Reforma, Cuauhtémoc, Roma, Narváez, Michoacán, Revolución, Zócalo.

7 de marzo

Vamos a Apizaco, al sur de CDMX. En la estación de autobuses empezamos a ver mascarillas. En Apizaco comenzamos a poner en marcha un método de trabajo que nos sitúe en algún lugar entre la realidad y la ficción. Entramos en un albergue de migrantes centroamericanos junto a las vías del tren. Escuchamos sus historias, sentimos su desamparo. Viven una realidad tan dolorosa y silenciosa. La mayor parte son hondureños, algunos no saben leer ni escribir. Nuestro método hace aguas.

8 de marzo

Última noche en CDMX. Me siento en la terraza sobre nuestro apartamento en la Roma Sur. Escucho música, fumo un cigarro y me bebo una cerveza. Cada minuto un avión desciende sobre la ciudad. Uno tras otro. CDMX vibra bajo mis pies. La ciudad flota sobre una historia imposible. En las aguas saladas de la laguna de Texcoco se hundió un imperio. Y sin embargo flotamos sobre un mar de fiebre. Bienvenidos al siglo XXI.

9 de marzo

América vive un sueño. Hoy viajo al pasado. Guatemala es una ciudad suicida que crece sin creer en sí misma. Nos toman la temperatura en el aeropuerto. Sea por la altitud o la dieta lo cierto es que nos sentimos extraños. Negativo. Vamos a comer a la terraza de un antiguo hotel. Vemos la Zona 1 de la capital. El ruido es infernal. 

13 de marzo

La capital nos absorbe. No hay mascarillas en las tiendas. No hay gel de manos en las farmacias. Empieza el rodaje. Pasamos horas moviéndonos por un tráfico denso, casi estático. Llegamos al volcán. El Pacaya nos recibe. Desde su cima llega el ruido de la caldera. Esta tierra vive. Llegamos hasta aquí arriba para grabar un rostro. Buscamos obsesión, pasado, ruina, lucha. Nos hundimos en la grava negra. Creamos un fantasma, le damos vida.

15 de marzo

Comienzo a entender. No saldremos de aquí. ¿Qué significa eso? 

16 de marzo

Llegamos a Santa María de Jesús, al pie del volcán de Agua. Los perros están flacos. El mercado de frutas y hortalizas es un viaje en el tiempo. Una señora, sentada en el suelo con su tradicional huipil, se tapa la boca a nuestro paso. Encontramos mascarillas. En este pueblo maya no puedo dejar de pensar en los microorganismos que la conquista española esparció por estas tierras. Siento fragilidad. ¿Culpa?

14 de marzo

Atrás. Soñé con mi vida pasada. América es una fiebre intensa. No logré entender nada. Ahí estaba yo. Vi mis pasos. Habité mis pasos pasados. Recuerdo haber imaginado. El futuro es esto y esto también. 

18 de marzo

Son horas raras. Algo sucede, algo que vive bajo los párpados. Una tensión crece entre las piedras de Antigua. ¿Ya estaba ahí? Me limpio las manos obsesivamente. Me alejo de la gente. Si cierro los ojos el miedo es siempre el mismo. Una gran pandemia, vivo este presente, yo traigo el pasado. Ahí esta siempre la muerte.

21 de marzo

No era verdad. No había nada más allá. Siempre hay que volver, no hay paraíso para nosotros. “La vida es disfrutar”, no, qué va. No me gusta esta travesía de la noche intensa. Siento tu violencia, descansa tras los ojos obtusos del dolor. Siempre hay que volver. Siempre hay que volver. Delirios tendidos de ayahuasca sobre la noche. 

23 de marzo

Me duele la espalda. Quiero escribir tiempo. Antigua es una jaula. Un predicador habla sobre el fin de los tiempos en la plaza. Desde la larga fila del cajero automático una pequeña multitud simula ignorarlo. Por fin tienen razón los vates del fin del mundo. Soy uno de los vuestros. 

24 de marzo

Una voz de fuego. El tiempo que no ha llegado levita sobre los hombros abiertos. Tengo tus manos sobre mi cuerpo. La sombra larga del futuro que se adivina. Vivimos ahí, en la casa del volcán despierto. Dame más tiempo, hay que imaginar prisiones ardientes en el gran desastre centroamericano.

25 de marzo

El día nos ilumina. Habitamos la ruina, el fracaso recurrente de todo imperio. Fracasamos. Las películas brotan entre las grietas de la vida. No hay salida.

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