Mi miedo no es porque pueda llegar a convertirme en un cadáver, sino porque tú lo puedas llegar a ser. Yo también siento miedo cuando pienso que mi hermana, amiga, pareja, vecina o cualquier ciudadana pueda llegar a cruzarse en el camino de un ser despreciable que personaliza la bajeza humana, convirtiéndose en su víctima.
Yo también estoy harto de que siga ocurriendo, y también exijo que se tomen nuevas medidas para poner fin a la violencia.
No es mi intención equipararme a vosotras, las verdaderas víctimas del machismo y de la violencia de género. Solo quiero mostrar mi hartazgo y hacer lo que pueda para que deje de ocurrir.
Hoy por fin se habla abiertamente de la violencia y del miedo que sufren las mujeres, o el acoso previo del que nace ese miedo. El efecto positivo es que se pierde cada vez más el miedo a denunciar, se ponen las cartas sobre la mesa y se toman iniciativas para poner fin al problema. El efecto negativo de que durante días se informe de los crímenes cometidos es que la ciudadanía vive en la idea de que nuestra era es la de mayor violencia hacia las mujeres cuando las cifras no avalan esa percepción.
Desde que en el 2004 se aprobó la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, se han ido aprobando e implantando una serie de medidas que, aunque insuficientes y mejorables, han conseguido reducir el número de víctimas mortales al menos en 20 mujeres al año. Cierto que una sola muerta es un numero demasiado grande pero al menos las insuficientes medidas existentes han conseguido salvar a muchas mujeres en estos 14 años.
Existe un debate sobre si otras asesinadas deben incluirse o no en las estadísticas de violencia de género, lo que aumentaría la cifra de muertas.
Sin embargo, los casos que forman parte de ese debate tampoco fueron incluidos en las estadísticas de años pasados, por tanto, con la metodología empleada a lo largo de los años las cifras siguen siendo menores cada año.
Algo parece estar funcionando. Puede que sea el aumento de denuncias o el aumento de órdenes de protección acordadas por los jueces. Cierto que resultan alarmantes estos aumentos, pero al menos parece que la detección temprana de los casos salva vidas. Algo parece estar funcionando dentro del modelo de Derecho Penal que hoy existe puesto que vivimos en uno de los países más seguros de nuestro entorno, con menos de un homicidio voluntario por cada 100.000 habitantes.
La libertad de prensa debe existir para evitar la censura de los gobiernos. Pero la prensa es poderosa y por eso debe ser rigurosa en sus formas. Ciertos titulares tienen gancho y funcionan bien como eslogan, “viralizando” la noticia y visibilizando el problema de la violencia sobre las mujeres. El problema que ocurre con los eslóganes es que están creados para ser recordados pero para que funcionen deben simplificar demasiado los hechos.
Exigir a los gobiernos y a la sociedad avances hacia un modelo más igualitario y seguro es nuestra obligación como ciudadanos, pero negar que las medidas actuales hayan tenido un efecto positivo, repito insuficiente y mejorable, pero positivo al fin y al cabo, es demasiado arriesgado como para ser utilizado como medida de presión por transmitir a aquellas mujeres que todavía sufren esa violencia una imprecisa sensación de desprotección.
Denunciar una agresión machista, sea sexual o no, ya supone una barrera lo suficientemente alta como para que siga creciendo por la errada idea de que el sistema no funciona.
Además la práctica nos ha demostrado que negar la existencia de algunos avances en este campo alimenta al monstruo del populismo y en Andalucía ya existen 12 diputados que defienden la abolición de la Ley que ha logrado esos primeros logros.