Para necesitar un abrazo hace falta muy poco: un mal día, cansancio acumulado, la pérdida de algo o alguien importante, una enfermedad, una injusticia vivida en carnes propias o ajenas, un mal de amores, desesperanza. Como decía, muy poco. Teniendo esto, solo hace falta un receptor: una persona (a poder ser, a quien el abrazador quiera o aprecie) dispuesta a acoger y recoger en su propio cuerpo unos brazos, un torso y una cabeza, a menudo gacha.
A veces, varios de estos factores, u otros, se nos juntan. Solo un buen receptor podrá, entonces, intervenir. Alguien que sea amigo, familia u hogar. Alguien capaz de ofrecer verdadero sosiego con solo abarcarnos. Me consta que esta no es tarea fácil.
A lo largo de mi vida, he tenido la inmensa fortuna de conocer buenos abrazos en brazos de magníficos receptores. Reencuentros, lamentos, celebraciones, despedidas, goles… incluso amistades breves y fortuitas nacidas en los baños de alguna discoteca. En todos ellos encontré, en su momento, el ánimo, la fuerza o lo que quiera que estuviese buscando, y por ello estoy agradecida.
Mi madre, por ejemplo, es otra gran receptora. A pesar de llevar el peso del mundo sobre sus hombros, y quizá de necesitar tanto consuelo como el que más, siempre está ahí, presta a servir de cobijo con su sola figura; a ser el soporte de una familia más o menos funcional, pero, como todas, con sus cosas.
Otro buen ejemplo de este tipo de figura lo estamos viendo estos días en los medios. Su nombre es Luna y es voluntaria de la Cruz Roja. No sabemos mucho más sobre ella ni sobre el hombre que la necesitaba, solo que este reunía varias de las causas descritas en el primer párrafo y, seguramente, muchas otras. Ella, como buena receptora, supo ofrecer amparo y aliento en el momento exacto en el que estos le fueron requeridos, y cumplió con creces. Como la propia Luna contó ante las cámaras, fue una especie de salvavidas para alguien que la miraba desesperado, como si nunca antes hubiese visto a una persona.
Como les decía, dar un buen abrazo no es tarea fácil. Por suerte, en este terreno —que no es otro que el de humanidad y la empatía— el mundo sigue contando con auténticos talentos.